Más allá de la meta, mi revolución interior

 



 

Por Diliver Uzcátegui

Los auriculares resonaban con el ritmo contagioso de "It's My Life" mientras me preparaba para la carrera. La adrenalina mezclada con un ligero nerviosismo me invadía.

Al salir a la calle, la multitud bulliciosa y la energía del momento me contagiaron. Sin embargo, durante el calentamiento, la duda se coló en mi mente. ¿Podría realmente terminar?

Imágenes de mis entrenamientos más duros en el pasado y de los momentos en los que quise rendirme desfilaron ante mis ojos. Respiré hondo y recordé por qué estaba allí, no era una carrera contra ellos sino contra mis limitantes.

 En ese instante, la letra de "Believer" resonó en mis oídos: 'I'm not gonna fall, I am not gonna break'. Y con esa determinación, me lancé a la línea de salida, donde me ubiqué muy atrás de los primeros puestos. Del baúl de mis recuerdos salió la voz de mi viejo entrenador para darme un halón de oreja por semejante posición.

-        ¡Adelante Diliver! ¡Adelante!

La melodía saliendo de mis receptores se convirtió en mi compañera de viaje, impulsándome a superar cada obstáculo, por cuanto me dije: “cuando arranque el grupo, en los primeros doscientos metros puedo mejorar mi posición, no hay por qué estresarse ahora”. Sentía el ritmo en mis piernas, el viento en mi rostro y el calor del sol en mi piel. Esperaba la voz de arranque, y entonces…

La señal de partida fue el detonante. Me sumergí en la marea de corredores, sintiendo el impacto de cada pisada contra el asfalto. La música me acompañaba, impulsándome a seguir adelante.

Los kilómetros pasaban y mi cuerpo respondía de manera sorprendente. No sentía el cansancio ni la pesadez que había experimentado en carreras anteriores cuando tenía menos experiencia, pero también años. ¿Qué sucedía conmigo? ¿Cómo podía sentirme tan bien, tan viva, tan diferente? ¿Dónde estaban las limitantes? En ese momento, comprendí que la vida es un constante aprendizaje y que nuestras capacidades están en constante evolución. Lo que creíamos imposible ayer, hoy puede ser una realidad.

Fue durante la segunda mitad cuando encontré a esa joven, visiblemente agotada. Su mirada reflejaba la desesperación. Sin dudarlo, reduje el ritmo y me ofrecí a acompañarla.

 Al principio, la conversación fluyó con dificultad, pero poco a poco, fuimos encontrando un ritmo común. Compartimos nuestras historias, nuestros miedos y nuestras esperanzas.

Me di cuenta de que, a pesar de nuestras diferencias, compartíamos un objetivo común: terminar la carrera. La vida, como un camino lleno de desafíos, nos presenta la opción de recorrerlo solos o acompañados.

En ese momento, comprendí que la verdadera satisfacción no solo se encuentra en alcanzar la meta, sino también en ayudar a otros a alcanzar la suya. Al apoyar a esa joven, no solo la ayudé a ella, sino que también descubrí nuevas facetas de mi propia fortaleza y empatía.

Kilómetro a kilómetro, nuestra conexión se fortaleció. Yo, con mi experiencia, la guiaba y la animaba. Ella, con su juventud y energía, me inspiraba a seguir adelante. Al llegar a los últimos kilómetros, la emoción era palpable. Nos miramos y con una sonrisa nos dijimos: "¡Vamos por todo!". Juntas cruzamos la línea de meta, agotadas pero felices.

En ese momento, comprendí que el maratón había sido mucho más que una simple carrera. Había sido un viaje de autodescubrimiento, una experiencia que me había permitido conectar con otras personas y superar mis propios límites.

La música, el deporte y la solidaridad se habían unido para crear un momento mágico. La vida, como un maratón, es un constante aprendizaje. Y yo, en cada paso, había aprendido a creer más en mí misma.




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